La revista de la Sociedad Española de Medicina y Cirugía del Pie cumple este año su vigésimo aniversario, ya que comenzó a publicarse en 1987, en aquel entonces con el nombre de Revista de Medicina y Cirugía del Pie.
Me cabe el honor de escribir unas breves líneas sobre la gestación de la extinta Revista de Medicina y Cirugía del Pie, a petición del Prof. Llanos Alcázar, actual Director de su sucesora, la Revista del Pie y Tobillo, para conmemorar tal evento.
En el año 1986 yo ocupaba el cargo de Vicepresidente Primero de la Asociación Española de Medicina y Cirugía del Pie, que presidía en esas fechas el Dr. Eduardo Jordá López. Nuestra Asociación carecía de un órgano de expresión propio, ya que los antiguos Anales de la Sociedad Española de Medicina y Cirugía del Pie se publicaban con una periodicidad absolutamente irregular y podíamos considerarlos desaparecidos a efectos prácticos. La otra posibilidad era enviar trabajos a las Actualités de Médicine et chirurgie du pied, publicación oficial del Colegio Internacional de Podología, pero también adolecían de una periodicidad irregular y siempre dependíamos de terceros para publicar nuestros trabajos sobre patología del pie. La idea de disponer de una revista “nuestra” estaba en la mente de todos, pero nadie daba el paso hacia adelante para ponerla en marcha debido a las dificultades que entrañaba. Es evidente que con veinte años menos yo era más impetuoso e inconsciente que ahora, así que asumí con entusiasmo la idea de fundar una revista, sin ser muy consciente de las dificultades a las que me enfrentaba.
La primera radicaba en establecer la denominación más adecuada. Se barajaron varios nombres: Revista del Pie, Revista de Cirugía del Pie, Pie a secas… y el definitivo, Revista de Medicina y Cirugía del Pie. Las razones que nos llevaron a incluir el término medicina fueron que nos pareció más amplio el posible contenido y que, además, en la Asociación existían socios no cirujanos pero con interés por la patología del pie a los que siempre debíamos dejar una puerta abierta para posibles colaboraciones. Una vez decidido el título, teníamos que registrar legalmente la publicación; pues bien, tras múltiples gestiones burocráticas que no daban resultado, el trámite se resolvió –como muchas cosas en este país– a través de un amigo que ocupaba el puesto adecuado para arreglarnos el asunto.
Nos encontrábamos, a principios del año 1987, con una publicación que cumplía los requisitos administrativos y además ya tenía nombre. Me acompañaron desde el primer momento en la Dirección Jesús Martínez Villa como Redactor Jefe, y los Dres. E. Espinar Salón, J. Martín Guinea y R. Viladot Pericé como Secretarios de Redacción. El primer Consejo de Redacción lo formaron los Dres. R. Álvarez Rodríguez, M. Blanco Argüelles, J. M.ª Burutarán, M. Castells Freixa, E. Jordá López, B. López Romero, F. León Vázquez, J. Martorell Martorell, R. Mena Bernal, C. de Miguel Rivero, A. Queipo de Llano, I. Sampera Rusiñol, R. Soriano Garcés, C. Torner Baduell y A. Viladot Pericé. Es posible que las nuevas generaciones no conozcan a muchos de ellos; pero sus nombres representan la historia de nuestra Asociación y todos fueron profesionales de enorme prestigio que contribuyeron a hacer de la patología del pie un área de especial conocimiento dentro del amplio campo de la cirugía ortopédica y la traumatología. Quisiera aprovechar estas líneas para recordarlos a todos –algunos, desgraciadamente desaparecidos– con el cariño y la amistad que siempre me brindaron y, sobre todo, por su apoyo en la gestación y nacimiento del proyecto.
Los nuevos problemas con los que nos enfrentábamos eran, por un lado, la financiación y, por otro –un factor de importancia más incalculable–, disponer de trabajos para publicar.
El tema económico lo resolví apelando a la industria y recabando publicidad para poder financiarla, tónica que mantuvimos durante años y gracias a la cual logramos editar la revista con un coste mínimo para la Sociedad. Hay que tener en cuenta que no teníamos gastos de gestión: la Secretaría radicaba en la planta quinta del Centro de Traumatología del Hospital Universitario Miguel Servet, y Jesús Martínez Villa, asistido por una de las secretarias del servicio, llevaba todo el trabajo administrativo.
Más difíciles fueron los comienzos en cuanto a conseguir trabajos para publicar. Aparte de escribir personalmente editoriales en los que pedía el envío de trabajos, recurríamos a otro método, el de perseguir a los amigos para que escribiesen algún trabajo, o bien a la producción propia de mi Servicio, para disponer de artículos que mantuviesen su periodicidad.
Nos propusimos, casi como una cuestión de honor, que el primer número apareciese en 1987, y lo conseguimos, si bien el tomo I correspondiente a ese primer año incluía solamente un número. Tuvimos que seguir afrontando múltiples dificultades hasta reunir trabajos suficientes que nos permitieran publicar dos números anuales, pero lo íbamos logrando y, así, la revista se fue consolidando; todos los años publicamos dos números, excepto –por causas ajenas a la Dirección– en 1991. Ese año, con motivo de la celebración en Sevilla del 25 aniversario de nuestra Asociación, se decidió elaborar un número extraordinario para conmemorar la efemérides; la tarea fue asumida por un ilustre colega que, sin embargo, nunca llegaría a culminar el encargo.
En el año 1994 en el XVI Congreso de la Asociación, celebrado en Oviedo, manifesté a la Junta y la Asamblea de Socios mi deseo de dejar la Dirección de la revista, por dos motivos fundamentales: el primero, que siempre he pensado que los cargos deben ser temporales y que, tras la satisfacción personal por haber creado algo desde la nada, se debe ceder el testigo a otras personas; y el segundo, porque mis múltiples obligaciones en ese momento no me permitían dedicarle a la labor el tiempo que ésta requería. Mi fiel colaborador durante muchos años, Jesús Martínez Villa, que tantas horas y esfuerzos había brindado a la causa, tomó mi relevo y asumió unas funciones para las que atesoraba todos los méritos necesarios. Se abría entonces una nueva etapa a la que se incorporaría como Redactor Jefe José M.ª Pérez García, otro apreciado y fiel colaborador que llevaba varios años en la sombra colaborando con Jesús y conmigo.
A partir del segundo número de ese mismo año, Jesús y de Chema marcaban el rumbo de la publicación. Tras los años de rodaje, ésta ya se permitía seleccionar los trabajos y se editaba con periodicidad (el seguimiento de su evolución no me era difícil gracias a la proximidad física de su Redacción y el trato diario con su Dirección), y así seguiría hasta el año 2000. Desgraciadamente, Jesús Martínez Villa estaba gravemente enfermo, de tal forma que, a pesar de sus esfuerzos, le era materialmente imposible desarrollar su trabajo; de hecho, en los últimos tiempos la Dirección recaía en Chema Pérez García, por lo que Jesús finalmente presentó su dimisión a la Junta.
Ello significaba un cambio radical que decidió la Junta Directiva. Su nombre pasó a ser Revista del Pie y Tobillo, empezó a editarse en Madrid y desde entonces la dirección recae en Luis Fernando Llanos Alcázar. Aprovecho estas líneas para desearles que sigan teniendo éxito en su labor.
Al dejar en 1994 mis responsabilidades en la publicación, no consideré necesario dedicar un editorial de despedida como Director y Fundador; ahora, en cambio, quisiera aprovechar la oportunidad que me brindan estas líneas para hacer algo que no hice en aquel momento: dar las más expresivas gracias a todos los que me ayudaron a que aquel proyecto naciese y se desarrollase y, fundamentalmente, a Jesús Martínez Villa y a Chema Pérez García, con los que tantas dificultades y alegrías compartí. Vaya también desde aquí mi agradecimiento y mis disculpas a todos los socios y amigos a los que perseguía para conseguir trabajos para publicar. Por último, quiero dedicar un emotivo recuerdo a los miembros del Senado de la Sociedad, que en todo momento me apoyaron moral y materialmente; a todos ellos quisiera evocar a través del recuerdo de un entrañable amigo desaparecido: el Prof. Antonio Viladot, padre científico de nuestra Sociedad, cuya autoridad científica y moral siempre me ayudó y sirvió de aliento para seguir adelante a pesar de las dificultades.
Quizá me haya extendido demasiado en estas líneas. En tal caso, pido disculpas. Pero habréis de comprender que para mí ha representado una doble oportunidad. Primero, la de contar, a los que no la vivieron, la historia de nuestra revista: de su nacimiento, su evolución y, luego, su desaparición o, más bien, “transformación”; y segundo, la de expresar mi más profundo reconocimiento a los que me ayudaron en la tarea. A mí personalmente me cabe el íntimo orgullo y la enorme satisfacción de haberla hecho posible, y de haber prestado –en mi opinión– un servicio, cuando menos, necesario en su momento a nuestra Sociedad.